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Inteligencia artificial contra la desinformación

Artificial intelligence concept of big data or cyber security. 3D illustration

Trabajando por separado, en Francia y Suiza, dos equipos de lingüistas forenses y expertos en inteligencia artificial y aprendizaje automático (o machine learning), han puesto en evidencia quiénes, en realidad, son responsables de la gran teoría conspirativa que anima a la secta QAnon.

No se trata, como afirma su mitología original, de un alto funcionario del gobierno de Estados Unidos, con acceso a grandes secretos y quien, por amor al prójimo, destapó una perversa conspiración de pedófilos para dominar el mundo. Según la delirante versión, de ella forman parte, entre otros, Barack Obama, Hilary Clinton y George Soros, un multimillonario judío húngaro. Donald Trump –continúa el relato inventado– es su gran enemigo, y por esto se produjo un “fraude” que puso en el poder a Joe Biden, parte de la conspiración. Pero pronto habrá un “regreso” (aún no tenemos claro de quién o de qué) que acabará con tanta perversión.

Ahora sabemos que el presunto alto funcionario, quien firmaba con una Q para proteger su identidad y vida, nunca ha existido. Quien, en realidad, inventó el relato inicial, fue Paul Farber, un desarrollador de software sudafricano obsesionado por la política estadounidense, que decidió suscribir con esa letra sus primeras andanadas.

Como ocurre a menudo en el mundo de las redes y las plataformas digitales, el relato muy pronto comenzó a ser ampliado y reproducido, y adquirió vida propia, con variantes múltiples a su alrededor. El gran multiplicador de esta cadena fue Ron Watkis. Desde una plataforma web operada por él, virtualmente le “robó el mandado” a Farber. Muy pronto se convirtió en el principal promotor de QAnon y, de paso, en vendedor de una parafernalia de símbolos vinculados con la secta.

Farber ha reconocido su paternidad; Watkins, quien aspira a un asiento en el Congreso estadounidense por Arizona, la niega. Pero cualquier duda razonable al respecto ha sido despejada por los equipos francés y suizo. Gracias al tradicional instrumental de la lingüística para detectar patrones de vocabulario y expresión, potenciados por el aprendizaje automático desde plataformas de inteligencia artificial, ambos grupos interdisciplinarios han llegado hasta Farber y Watkins.

Su trabajo, digno de novela detectivesca, fue revelado con gran detalle por David Kirkpatrick, experimentado reportero del New York Times, que publicó un fascinante informe en su edición del 19 de febrero.

Roto el mito de quién (o, más bien, quiénes) es en realidad el señor Q, podríamos esperar que la teoría conspirativa basada en esa ficción inicial tienda a diluirse progresivamente. Ojalá sea así. Sin embargo, no descartemos que, quizá, muy pronto, desde el oscuro mundillo de los conspiradictos surja la versión de que, en realidad, lo publicado por el New York Times, lo mismo que su autor y los científicos franceses y suizos no son sino piezas de la perversa trama para dominar el mundo.

 

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